Cuando las emociones están contenidas, solo hay una opción: buscar una liberación

Según Paola C. Álvarez, la novela romántica contemporánea: “… se desarrollan en la actualidad, sus protagonistas tienen problemas cotidianos con los que podemos empatizar e identificarnos y dificultades empresariales o personales que podemos comprender”.

Estoy a punto de lanzar mi primera novela y, aunque es muy emocionante empezar una carrera y ha cambiado mi vida por completo, no puedo dejar atrás el camino de dolor que atravesé para llegar a ese punto.

Como escribí en mi primer post de Instagram:  Sencillamente iba a explotar si no lo hacía. Necesitaba encauzar el mar de emociones y pensamientos que se habían ido acumulando con el tiempo, y así, un día de la nada nació REENCARNADOS: un viaje místico hacía el amor.

Así fue, hace cuatro años atrás, me encontraba sin rumbo, medicada y perdida, muy perdida. No me sentía como una persona, si no, como una consecuencia. Una consecuencia de todos los hechos que habían ocurrido a través de mí, sin siquiera preguntarme, me habían atravesado. Y yo estaba ahí, respirando, solo respirando para resistir y sobrevivir al momento.

No me malentiendan, en ese momento tenía una vida cómoda, con problemas como todos, con un lindo segundo matrimonio y un hijo maravilloso y muy perspicaz, pero vivía en piloto automático, sabía que “lo tenía todo” pero difícilmente podía apreciarlo y sentir que me bastara.

La ansiedad y la depresión actuaban de temporizador, tic toc tic toc. En cualquier momento podían explotar y la incertidumbre me mantenían en vilo, nerviosa y en modo supervivencia constante.

De repente, un día cualquiera, se empezó a fraguar una historia en mi mente, no la comenté. En silencio, crecía día a día y, sin darme cuenta, unos días después, ocupaba casi todos mis pensamientos diarios. Mi motivación se alimentó, hambrienta ya hacía muchos años y rescaté la piel que permanecía escondida, la piel que siempre me identificó pero que hasta ese momento no lo sabía, la piel de escritora.

Después de la investigación inicial para poder escribir el libro, me senté frente al computador, a altas horas de la noche, mi franja favorita y, después de unos minutos en blanco frente a la pantalla, empezó la escritura automática, no pude parar en varias semanas. Mi voz ya existía, no debía encontrarla, estaba innata y solo tenía que dejar mi espíritu poseso escribiera por mí.

No todo fue color de rosas a partir de ese momento, no. Hice la edición y par de cosas más y de nuevo, el espíritu “sin rumbo” se apoderó de nuevo de mí. Pasaron cuatro años, un número que ya tiene una connotación psíquica y, con las lecciones aprendidas, sobre todo, con una fuerte guía espiritual, retomé mi camino, me vestí de nuevo con esa piel, que tal vez, nunca debí abandonar.

Ser escritora de novela contemporánea, es al menos para mí, un camino de sanación, pues al escribir, describo también mi camino de dolor, el viaje del héroe por el que he atravesado e intento plasmar en mis historias, ese recorrido, con la esperanza de que alguien, al otro de la pantalla o la página, pueda identificarse y decir por un segundo: si ella pudo, tal vez yo, pueda también.